Les contaba hace un tiempo a mis alumnos, abrumada por sus palabras de reconocimiento, lo que en su
día me empujó hasta donde hoy estoy escribiendo estas líneas. Empecé en
la docencia durante la última década del siglo pasado (mola poder decirlo así),
y desde 2005 me dedico a impartir cursos de enseñanza específicos para el colectivo
de desempleados. Siempre he intentado poner por delante de todo lo demás el
respeto por su situación laboral, enfocando la materia de la forma más práctica
posible, en el afán de que les sirviera de manera inmediata si al día siguiente
les contrataran (que solía pasar) en alguna empresa. De forma espontánea, en
todos los cursos surgían algunos alumnos que veían en mí algún tipo de figura
de referencia y se decidían a contarme sus problemas para que les diera algún
consejo (ahora sé que, sin saber cómo se llamaba, estaba creando rapport). La mayoría de las ocasiones
me limitaba a escuchar, no me llegaba a sentir capacitada para dar esos
consejos (menos mal, otro punto en común con el coaching). De alguna manera creía que
eran ellos los que tenían que solucionar sus problemas. Pero no sabía qué más
hacer para ayudarles, salvo escucharles.
Con el paso de los
cursos y los años, los problemas que traían de casa se acrecentaron por la
situación de crisis en el entorno. Ya no venían tan alegres como antes, tan
confiados en que el curso les sirviera para encontrar trabajo. Al contrario,
empecé a palpar su desesperanza y su inmersión en un bucle de negatividad e
inmovilismo sólo roto por su asistencia al curso. No todos llegaban tan mal,
obviamente, pero algunos casos eran especialmente tremendos. Curiosamente (o no
tanto), los que mejor ánimo tenían eran los que más se movían, los que hacían
entrevistas de trabajo, los que aceptaban esos mismos trabajos sin ponerles
excusas, porque tenían muy claro su objetivo. El caso es que yo era cada vez
más consciente de mi incapacidad para hacerles ver su vida desde otra
perspectiva más constructiva.
Gracias a esta toma
de conciencia, y a mi deseo natural de ofrecer la mejor ayuda posible, no se me
pasó por alto la oportunidad de hacer el primer “Título de Experto en Coaching“
de la Universidad de Almería, que culminó en mayo de 2012. No me podía permitir
el lujo de no ser aceptada, así que expuse en la entrevista previa todos los
motivos que me empujaban a hacerlo, además de los puramente personales. El
curso me cambió a mí y cambió mi forma de dar clase, permitiéndome afinar los
tiros y ahorrar munición innecesaria, firmando actas de paz y colaboración en
lugar de enfrentarme frontalmente a un conflicto en clase, iluminando caminos
para que fueran capaces de intuir que se puede llegar a un mismo objetivo desde
vías más creativas que las que dibujan los trazos lineales.
Pero lo que más me
emociona es sentir toda esa energía cuando me llega de vuelta en un proceso de
ondas expansivas que se alejan y vuelven al centro donde cayó al agua la piedra
que yo les arrojé. Nunca antes había experimentado el agradecimiento en estado
puro, cuando ya no se sabe a ciencia cierta quién tiene que agradecerle más a
quién.
genial, como tú ;-)
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