domingo, 18 de noviembre de 2012

Responsabilidad (II). Los viejos hábitos son como la toxoplasmosis.

Antes de tener claro que quería tener un hijo, sabía que quería tener un gato. Y así vinieron, por ese orden, con cuatro años de diferencia. Y tanto gato se había cruzado anteriormente en mi vida que cuando, una vez embarazada, me empecé a informar sobre la toxoplasmosis, adelanté los resultados del análisis de sangre: no cabía más posibilidad que haberla pasado. Para mi sorpresa no fue así, y tuve que tomar medidas de seguridad para con mi minino, no fuera a ocurrir el improbabilísimo caso de que la pillara justo entonces y me la transmitiera en tal inoportuno momento de gestación.

Sobre toxoplasmosis hay mucha y variada información en internet, así que ni siquiera voy a poner un enlace. Lo único que necesito para ilustrar esta disertación es que, a pesar de ser una enfermedad inocua para el ser humano ya que cuando la pasamos la solemos confundir con un resfriado (salvo que se padezca en los primeros meses de gestación siendo un feto, lo cual puede llevar a peligrosas malformaciones), sin embargo hay que tener en cuenta que el toxoplasma (el "bicho") no muere sino que permanece en estado latente en forma de quiste en cualquier parte de nuestro cuerpo (en un músculo, en el cerebro, y cosas así). A pesar de la cara que estás poniendo ahora, una vez convertido en quiste ya no molestará nunca más.


Salvo...


Salvo que, por alguna razón, el sistema inmunológico de la persona caiga en picado. En tal caso, el "bicho" sale de su letargo y vuelve a actuar. Y, con el sistema inmunológico desaparecido en combate, ya sabemos que hasta el más mínimo resfriado se puede convertir en algo peligroso.


Exactitudes aparte (no es mi intención hacer un estudio sobre el toxoplasma, así que perdónenme los eruditos en dicho tema si en algo yerro), este comportamiento me abre la puerta para una metáfora que lleva ya varias semanas dándome vueltas en la cabeza, que tiene que ver con los hábitos de comportamiento.


Tenemos en nuestro día a día la costumbre de hacer ciertas cosas de una cierta manera. Esas maneras no son ni buenas ni malas en sí mismas. Son sus consecuencias en nuestras vidas las que debiéramos pararnos a valorar. Si nos llevan a donde queremos estar, entonces nos sirven. Si nos alejan o nos impiden llegar a donde querríamos estar, quizá ha llegado el momento de cambiarlas por nuevos hábitos más coherentes. Hacerlo o no hacerlo es nuestra decisión y nuestra responsabilidad. Y lo haremos cuando sintamos que ha llegado el momento de hacerlo (no cuando "alguien" nos indique que ha llegado ese momento sin que ni siquiera nos hayamos dado cuenta).


Una vez iniciado el camino del cambio, empezamos a adoptar un nuevo hábito de actuación. Nos dicen los entendidos en la materia que habrá que cavar ese nuevo surco en el camino al menos un mes (todos los días) para que empiece a formar parte de nosotros de forma natural, y no tengamos que esforzarnos ni pensar qué es lo que tenemos que hacer (automatizar el comportamiento).


Ahora bien, el viejo hábito que ha sido sustituido no está erradicado, es un surco antiguo que permanece en nosotros como parte de nuestro equipaje vital. Haciendo uso de otra metáfora, es como haber construido una autovía manteniendo la antigua carretera. Cuando comprobamos los beneficios de circular por la autovía, no nos quedan ganas de tirar por los baches y las curvas, jugándote el tipo y alejándote (esta vez conscientemente) de los objetivos marcados.


Aún así, aún sabiendo que es mejor el nuevo hábito, no es raro (al contrario, es incluso previsible) que volvamos a las antiguas rutinas. Los miedos, las dudas, la baja autoestima, los diálogos internos negativos, las presiones exteriores, la falta de confianza en nuestros recursos, son "virus" que hacen palidecer a nuestro "sistema inmunológico emocional". Si no tomamos medidas en forma de vitaminas emocionales (saber que puede pasar y estar preparado para cuando pase, y saber reconocerlo cuando nos pase, es ya de por sí un potente medicamento que anula los efectos negativos del sentimiento de culpabilidad, principal culpable del problema, valga la redundancia), el viejo hábito, que vive en nosotros en estado latente, enquistado, no encontrará resistencia a su alrededor y despertará, y volverá a alejarnos de nuestro objetivo vital.


En toda esta metáfora hay sitio para las buenas noticias. Y es que hemos recibido la vacuna, podemos volver a reactivar las defensas tomando las medicinas apropiadas. Muchas ya las tenemos en nuestro botiquín, a mano; puede que un "médico" nos haga descubrir otras que desconocíamos hasta entonces (y que estaban en nuestro botiquín escondidas). Subir las defensas también es nuestra decisión, podemos hacerlo o no. Como al principio, es nuestra responsabilidad.


La pregunta que queda subyacente en este momento es:



¿Has tomado la decisión consciente de responsabilizarte de tu vida?


______________________________________________